Sofía Mariscal, directora artística de la Fundación de arte Otazu, en Etxauri, Navarra, ha seleccionado 12 obras de artistas mexicanos, o que trabajan en ese país para replantearnos las raíces de las tradiciones, o de nuestras memorias colectivas más o menos globalizadas. Un lugar privilegiado para invitar a la reflexión sobre nuestro mundo actual en la Fundación Casa de México de Madrid.
Los artistas que reconstruyen nuestra memoria social, política y cultural son Tania Candiani, Marilá Dardor, Edgardo Aragón, Teresa Margolles, Óscar Santillán, Fritzia Irízar, Héctor Zamora, Maria Sosa, Iñaki Bonillas, Ximena Labra y Carlos Arias.
A partir de diferentes formatos, como el textil, la escultura o el vídeo-performance los once autores nos van interpelando de múltiples maneras sobre la actualidad o el mundo que nos rodea. Bajo el epígrafe de “Raíz y rizoma”, Sofía ha buscado un hilo argumental que se origina en la profundidad de las raíces mexicanas pero que emergen como un rizoma, unos nódulos que no están subordinados, y donde ninguno se impone al otro, ni es más importante, sino que todos conforman una unidad colectiva.
Como dice Mariscal, “Hablamos de memoria, de olvido, de territorio para dar a conocer cómo nos entendemos a nosotros mismos”. Resalta la comisaria de la exposición que el objetivo es que “asome el México real, el de las múltiples voces, el México plural, hablando de los temas que nos preocupan y están presentes en nuestras vidas, como la emigración, el narcotráfico”, poniendo el valor de la riqueza de vivir en un país que es un poliedro multicultural y multivivencial.
La entrada a la exposición comienza con una obra de Fritzia Irízar que repersenta los capullos de mariposas 4 espejos que no se reprodujeron y que los indígenas del norte de México recogen para utilizarlos como sonajeros en las fiestas populares. Es un símbolo de un acto feministas, de las muchas voces acalladas que cada vez recuperan con más tesón la realidad y los conocimientos de los pueblos nativos de esa zona del mundo.
La siguiente obra es un trabajo de Tania Candiani, que representó a México en la bienal de Venecia en 2015 con su obra “Danza de los Quetzales”, que todavía perdura en Puebla y Veracruz. Una danza muy rápida que Candiani ha llevado ralentizado para poder disfrutar de cada movimiento de los danzantes transformando los penachos multicolores a los colores básicos y al rojo (un color que representa la sangre y la vida) y los pasos acelerados han sido ralentizados a la mínima expresión para mostrarnos con todo detalle dos pasos, el saludo de los puntos cardinales y la reverencia. “Un reconocimiento a la igualdad y al respeto hacia los demás y hacia la tierra”, dice Sofía Mariscal.
Junto a ellos el muro que todo lo olvida, de la artista brasileña Maria Dalop que utiliza las paredes de hormigón en el estado de Oaxaca para recordarnos lo rápido que olvidamos las cosas que nos disgustan. La brasileña escribe con agua los titulares más escalofriantes de los diarios, que debido al calor y el material de la pared van absorbiendo el mensaje. Es la estrategia de la supervivencia de un país que a diario escucha noticias que conmueven, pero que tratan de olvida para poder avanzar en su propia cotidianidad.
El ingeniero chileno, Carlos Arias, ideó la fórmula que permitió construir edificios en zonas sísmicas. Exiliado a México murió de cáncer, y su hijo, el artista Carlos Arias, le rinde un homenaje en su obra “Paisajes con cáncer” utilizando el bordado y colocando tampones negros como nódulos que se conectan unos con otros.
La mexicana Ximena Labra viajó en 2011 hasta El Salvador, donde las guerras y los terremotos habían destrozado una de las bibliotecas más importantes de Centroamérica. En 1928, un joven llamado Miguel Ángel Gallardo compró la obra completa de Shakespeare que se convirtieron en los primeros libros de la biblioteca, más tarde adquiriría algunos incunables.
Junto con un grupo de estudiantes Ximena realizó calcos de grafito que, como un sudario colgante gigante reproducen fielmente su tamaño, forma y contenido ocupando una extensión de 150 metros y unas 40 estanterías. En Madrid se puede transitar por entre dos de esas librerías de telas que tratan de aproximarnos los peligros de la disolución de un ejemplo tan importante de la historia y el peligro que corren estas obras en países con conflictos recientes. Su desaparición total evitaría poder reconstruir y reescribir la historia de estos pueblos.
También sorprende la isla fantasma del ecuatoriano Óscar Santillán. El artista rebuscó en los mapas mexicanos la isla Bermeja, que aparece en los primeros viajes de Colón. Estaba colocada en la cartografía del continente, pero cuando en 2000 se revisaron las fronteras marítimas entre Estados Unidos y México, vitales para reestructurar el sistema petrolífero de las dos países norteamericanos, no se encontró. Era la isla clave para delimitar territorios. Santillán recogió agua de la zona, donde supuestamente estaba Bermeja y la materializó dejando secar el agua hasta que se convirtió en un bloquecito de sal. Y ahora sí había una legítima isla Bermeja.
Teresa Margolles ha trabajado la idea de muerte, frontera y olvido a través de las mujeres que cruzan la frontera entre Colombia y Venezuela. En Cúcuta, muchas emigrantes trabajan de trocheras cruzando bultos de un lado al otro para no tener que prostituirse y reunir dinero que les permita seguir su camino. La artista expone una máscara mortuoria, que refleja el rostro de una de esas mujeres.
La Fundación de arte Otazu está en la localidad navarra de Etxauri y nació en 2015, de una colección que gestada en 1992. Una actividad paralela a la bodega que se ha dedicado a las vanguardias españolas, pero con especial atención al arte iberoamericano, fundamentalmente a México.
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