LA TORMENTA
La misteriosa mujer surge de la niebla, caminando sobre la arena de una fría playa del Mar del Norte. Es invierno, el alba apenas despunta, y las olas rugen endemoniadas quebrando con su estruendo el silencio de la mañana. Las olas gélidas rompen salvajemente contra el acantilado, clamando por una deuda tan antigua que parece imposible de resarcir.
El cabello de la mujer es oscuro, enmarañado, y el viento huracanado se ensaña con él sin piedad. A medida que se acerca a la orilla la espuma salada salpica su rostro y se mezcla con las lágrimas que se deslizan por él.
Quiere refugiarse del temporal, hallar sosiego para su corazón errante, pero encuentra la tormenta tan hermosa que se le corta la respiración y no puede moverse. Se debate entre el deseo de huír a una cueva desnuda y sumergida en las entrañas del bosque donde nadie pueda jamás encontrarla, y el de precipitarse sin pensar en las olas que cada vez se tornan más furiosas y salvajes.
De pronto una oscura figura se perfila en la distancia. Puede ser cualquier cosa. Un caballo, un hombre, un duende o incluso un sueño surgido de un instante de locura. La mujer comienza a correr en dirección contraria, presa de un miedo incontrolable. Sabe que si la figura llega a ella no podrá escapar.
La distancia se acorta. Escucha una respiración ya casi en su hombro, pero no quiere volverse para ver quién es. Concentrarse en huír es lo único que puede mantenerla a salvo. Un poco más y entrará en el bosque, su territorio, donde algunas hadas pueden darle cobijo mientras dure la galerna.
Pero calcula mal sus fuerzas y subestima las de su adversario. Nota un tirón en su hombro y se prepara para el combate. Al fin y al cabo ha sido adiestrada desde niña por los mejores guerreros del reino, y conoce los secretos de la alquimia interna que transforma el miedo en energía. Se da la vuelta, sus sentidos alerta y preparados para la lucha.
Su contrincante lleva una máscara que le oculta el rostro. Viste de negro, y sus movimientos son endiabladamente ágiles y certeros. Parece conocer cada estrategia suya de antemano y neutraliza con serenidad todas las armas que ella va desplegando. Ha debido entrenar con los maestros de sus maestros.
Llega un momento en que ella comprende que toda resistencia es inútil. Es una cualidad indispensable de cualquier guerrero, saber cuándo abandonar.
Deja de luchar y su oponente también. Un grito de impotencia se escapa de su pecho y se prepara para morir.
Cierra los ojos.
Cuando los abre la tormenta ha cesado. Finos hilos de luz tiemblan en el cielo, y el mar descansa sereno en su lecho de algas y arena.