No sabemos si en 2027 las calles de las ciudades se parecerán en algo a las que transitamos hoy en día. Si nuestros coches volarán o se interconectarán, si la telemática nos permitirá ahorro burocrático o si el médico nos visitará por el móvil. Pero nadie duda de que la tercera revolución industrial está llamando a la puerta de los alcaldes de ciudades pequeñas y grandes. A lo largo del siglo XX, las urbes europeas construían puentes sobre los ríos para conectar los barrios más alejados, instalaban tendido eléctrico y telefónico, soterraban bajo el asfalto los adoquines de toda la vida, lanzaban cables y raíles para los tranvías y comenzaban a horadar las entrañas de la tierra para construir suburbanos. Las ciudades fueron adaptándose a los nuevos cambios, aunque entonces todo era visible.
Ahora el gran cambio nos llega por wifi, sin cables y casi sin antenas. Pero para eso, y como pasó hace años, también se necesita dinero y grandes inversiones que les eviten quedarse atrás y permita a las ciudades competir entre ellas, ofreciendo los mejores servicios a sus ciudadanos y a los empresarios. También las regiones deben cambiar el sistema de transporte y comunicaciones entre los diferentes municipios de su zona, sea rural, semirural o urbana.
Sobre el Danubio, hay un ovni que vigila Bratislava, un símbolo de la época comunista construido en el Novimost, el puente nuevo. Refleja el cambio de la ciudad. Después de la caída del telón de acero sigue comunicando la parte antigua y moderna, pero también a la capital con el resto de Europa. Este pequeño país centroeuropeo, ha vivido la convulsa historia europea del siglo XX: las dos guerras mundiales, el nazismo y el comunismo. Hasta 1993 formó parte de Checoslovaquia, en 2004 entró en la Unión Europea, y desde julio asume la presidencia de turno de la UE. En 2010 se incorporó a la zona euro y es uno de los principales fabricantes de coches de Europa, con más de un millón de vehículos fabricados cada año.
Por supuesto queda mucho por hacer, y los retos también son de gran envergadura. Pocas ciudades reflejan tan bien lo que ha significado la entrada en la UE y el lema de la séptima cumbre de la regiones de Europa, que se ha celebrado este fin de semana «Invertir y conexión». De ahí la importancia de la denominada «Declaración de Bratislava«. En uno de los países más jóvenes de la UE, los líderes políticos regionales han pedido a la UE que aborde en profundidad un nuevo plan para afrontar la crisis de la inversión pública, que califican de «alarmante». Unas inversiones que servirán para afrontar la creciente disparidad regional, apoyar el crecimiento sostenible y restaurar la confianza de los ciudadanos, sobre todo tras el Brexit.
Eslovaquia conoce bien lo que significan esas reivindicaciones, porque ha visto como su economía se ha fortalecido con los fondos estructurales y de cohesión. Solo hace falta pasear por las calles más céntricas, donde se pueden ver modernos autobuses y como todavía se están transformando otros sistemas de transporte como el tranvía o los trenes que unen la capital con otras ciudades y con otras capitales como Viena o Budapest. «La financiación de la UE representa cerca del 80% de la inversión efectuada por las autoridades públicas en el país, por lo que ese dinero es fundamental para su desarrollo» explica Pavol Frešo, gobernador de la Región Autónoma de Bratislava. Y en este periodo de crisis, en la última década, las inversiones públicas se han reducido un 15% en toda la UE.
Ante la falta de inversiones públicas, la Declaración de Bratislava aboga por utilizar fondos público-privados para crear más empleo y salvar así las carencias en inversiones. El presidente del Comité Europeo de las Regiones, el finlandés Markku Markkula, insiste en que «tenemos que demostrar a los ciudadanos de qué manera su pertenencia a la UE, les beneficia en su vida cotidiana. Nuestros ciudadanos exigen resultados, motivo por el que la inversión –en las personas, en las ciudades y en las ideas– debe empezar a escala local. El 60% de la inversión pública en la UE corre a cargo de los entes locales y regionales».
En referencia a la Agenda Urbana, el alcalde de la capital eslovaca, Ivo Nesrovnal, critica que «la UE necesita un enfoque más integrado sobre las cuestiones urbanas, para responder mejor a las necesidades de las ciudades que ayuden a resolver problemas como el desempleo, el cambio climático y la inclusión social. En una situación en la que más de dos tercios de la legislación y las políticas de la UE afectan a las ciudades, apoyamos la idea de un enfoque más específico y un debate integrador que reúna a los distintos niveles de la administración pública».
La Declaración de Bratislava elogia la creación del Fondo Europeo de Inversiones Estratégica (FEIE), un fondo de inversión especial establecido por la Comisión el año pasado y pide que se combine con la política de cohesión para estimular la inversión privada. Pero los responsables municipales se quejan de la lentitud y la complejidad burocrática para pedir esas ayudas, que incluso lleva a que en algunos lugares se pierdan los fondos por no poder reunir todos los requisitos, o simplemente por no poder cumplimentarlos.
La cumbre se ha celebrado en pleno período de revisión del presupuesto comunitario 2014-2020 y antes de que se renueve la política de cohesión para el primer quinquenio de la década de los años 20, que debe corregir los desequilibrios regionales que han aumentado con la crisis económica. El vicepresidente de la Comisión, responsable de la Unión de la Energía, el eslovaco Maroš Šefčovič, se ha comprometido a «construir este futuro en Europa ciudad por ciudad y región por región». «Debemos difundir una nueva mentalidad emprendedora e innovadora en toda Europa», añade Markkulla.
Bajo la puerta de San Miguel, la única que todavía queda en pie de la vieja ciudad amurallada, encontramos el kilómetro cero de Eslovaquia. Una brújula en el suelo, marca los puntos cardinales de Europa y la distancia exacta desde la capital eslovaca a otras capitales. Bruselas está a 971 kilómetros, una distancia que no debería ser un obstáculo por el que la burocracia europea se olvide de las ciudades y las regiones, aumentando el desapego de unos ciudadanos que, a menudo se sienten ignorados.