Pan de limón con semillas de amapola, la última película de Benito Zambrano, habla de sororidad femenina, de encuentros, descubrimientos personales y de ternura. De unas mujeres que se enfrentan valientemente a los problemas que se les presentan y que conocen lo que le ocurre una a otra antes de que la persona afectada lo sepa.
El guión amasa los ingredientes de sorpresa, que se van añadiendo como levadura para acabar horneando un ambiente que trastoca todo, pero sin afectar a la armonía que mantiene el film de principio a fin. Como el viento dobla las hojas de amapolas, las historias van pegándose una a otra para explicarnos un pasado que hasta las propias protagonistas desconocen. Mujeres que callan secretos, que viven un desarraigo sentimental, que guardan rencores, que descubren su poder o el desengaño de la forma más cruel. Cada una camina por la vida con sus debilidades para enfrentarse a fortalezas escondidas.
Las historias van entrando poco a poco, en un película que mantiene un ritmo tranquilo a lo largo de todo el metraje, pero que va sorprendiendo al espectador cada cierto tiempo, con la aparición de nuevos hechos que añaden más interés a la trama. Siempre sin afectar a la armónica relación de todas las mujeres que han creado una comunidad, un universo común.
El mejor regalo que Anna puede hacerle a su hija Anita es decirle «No dependas de otros y sé la mujer que quieras ser». Ella, una burguesa acomodada, nunca lo hizo y siempre admiró a Marina, una ginecóloga que desarrolla su labor en tierras africanas. Anna cree que su hermana siempre ha tomado sus propias decisiones, aunque cuando vuelven a reencontrarse Marina está más indecisa que nunca. Y es ella la que le empuja a decidir sobre su futuro personal.
Pero “Pan de limón con semillas de amapola” no habla del futuro sino del pasado y de la necesidad de descubrir la verdad sobre una mujer que les ha dejado en herencia una panadería. No saben por qué se la ha dejado a ellas. Qué relación tienen con la propietaria del establecimiento a la que no conocían, de la que no sabían nada. Esa búsqueda es el hilo conductor de una historia que entrelaza momentos de incertidumbre, dolor, sufrimiento, cariño y apoyo mutuo.
Anna y Marina fueron separadas en la adolescencia y tras catorce años distanciadas por rencillas familiares vuelven a reencontrarse para vender una panadería que han recibido en herencia en su pueblo natal, Valldemossa. Son dos mujeres muy diferentes. Anna apenas ha salido de la isla y está casada con un hombre al que ya no ama. Marina viaja por África como doctora de una ONG.
El reencuentro les sirve no solo para descubrir los secretos de una enigmática herencia, sino para recuperar el tiempo perdido, la confianza mutua y superar los viejos conflictos familiares. Ellas son las protagonistas de un grupo de mujeres con caracteres diferentes pero que se apoyan mutuamente para superar sus indecisiones. Anna debe dar el paso para divorciarse, Marina para formar su propia familia, Catalina para desahogar un secreto que la mortifica y Anita se enfrenta a la vida de forma cruel. Úrsula, la propietaria de un hotel en la ciudad, diluye los lazos que ata a todas estas mujeres a sus propios problemas.
Hay que destacar la interpretación de todo el elenco, 5 actrices y dos actores secundarios. Las dos protagonistas interpretadas por Elia Galera (Marina) y Eva Martín (Anna) han obtenido el premio a la mejor interpretación femenina en el festival Evolution, de Mallorca. Completan el reparto Mariona Pagès (Días de Navidad; La vida sin Sara Amat), Marilú Marini (Los que aman odian; El eslabón podrido), Tommy Schlesser (On a magical night) Claudia Faci (Mientras haya luz) y Pere Arquillué (Félix; Sé quién eres). La cinta se estrenó en la Seminci y ha participado en el Festival de cine de Sevilla y próximamente se proyectará en otros certámenes como el Cibra de Toledo.
Benito Zambrano, que dedica la película “a las mujeres de mi tribu” ha trasladado bien a la pantalla, la novela homónima de Cristina Campos, que también ha participado en el guion junto al director andaluz. Quizá peca de excesiva dulcificación en momentos amargos del film.
Benito y Cristina han reescrito la historia para adaptarla a la pantalla, convirtiendo la cinta en un reconocimiento a las relaciones femeninas y a los cooperantes. Hace casi 25 años, en Solas Zambrano homenajeó a las mujeres rurales y trabajadoras, y con “Pan de limón con semillas de amapola” realza el papel de la mujer urbana y profesional.
La mayoría de las escenas se han rodado en la población mallorquina de Valldemossa, siguiendo las indicaciones del best seller de Cristina Campos. Se rodó en este pueblo del interior de Mallorca y se localizó la Pastissería Ca’n Molinas, que aparece en el libro, para dar un mayor realismo a la historia. La única excepción fue el rodaje en África, imposible de realizar por la Covid que impidió el viaje a Senegal y se trasladó al antiguo colegio de los salesianos de Las Palmas.
Estrella Morente, acompañada a la guitarra por José Carbonell, «Montoyita» interpreta “Semillas de amapola” el tema principal de la película compuesto por el músico mallorquín Joan Valent. Una especie de nana que arrulla los momentos más íntimos de las dos hermanas, que tratan de recuperar el tiempo perdido lo antes posible, mientras Anna le recoge las trenzas a Marina como cuando eran pequeñas, o sus escapadas a la cala mallorquina en la barca de su padre. Dice el director lebrijano que el libro le conectó en seguida y le hizo sentir, y eso se nota en el trabajo final.
Las mujeres que se reúnen alrededor del torno de la vieja panadería nunca volverán a ser las mismas. El cambio se realiza de forma natural, asumiendo cada una su nueva situación. Como dice Zambrano, “es una historia de crecimiento, de superación, de cicatrizar heridas, de mujeres maduras e inteligentes que no necesitan el permiso de nadie para tomar sus propias decisiones”. Llevar la barca de su vida a una cala tranquila para amasar sus sentimientos sin sobresaltos, moverse entre el viento como un campo de amapolas.
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