Cuando hablamos de los jardines de Al Ándalus surge la imagen de un lugar evocador que invita al recogimiento y la contemplación. Repleto de flores, plantas aromáticas, árboles, surtidores, fuentes, albercas y acequias. En el que el agua refleja la arquitectura, y la luz roza la vegetación transformándola con el paso de las horas y las estaciones. Pero también, la de un espacio amplio y en ocasiones escalonado, en el que la vista se dilata para contemplar el paisaje, enfatizando el concepto de jardín de poder.
El jardín medieval en el mundo islámico, del que apenas nos quedan descripciones gráficas ni literarias, debió de diferir según las regiones, recibiendo la impronta de la tradición local, aunque siempre basado en el concepto espiritual del jardín como Paraíso. Los jardines orientales tuvieron un referente próximo en el jardín persa de legendaria tradición, con grandes avenidas, canales, fuentes y pabellones entre una vegetación exuberante. La dinastía omeya trasladó consigo al occidente islámico el amor por el jardín, combinando las inspiraciones orientales de horizontes amplios con el jardín cerrado rodeado de muros, según descripción coránica, igualmente atractivo y sugerente.
En Al Ándalus y el Magreb se crearon jardines-patio con alberca central o estanque y el llamado posteriormente «de crucero», introducido al menos desde época califal,
con sus primeros ejemplos conocidos en el Palacio de Medina Azahara. Constaba de cuatro canalillos en ángulo recto que simbolizaban los ríos del Edén, y cuatro parterres rehundidos para contemplar mejor la vegetación desde
los paseos o andenes.
Las almunias eran residencias campestres, a veces verdaderos palacios, situados a las afueras de la ciudad. No eran sólo grandes fincas de recreo rodeadas de extensos jardines bien irrigados, sino también importantes explotaciones agrícolas o ganaderas que producían cuantiosos beneficios al propietario. Una de las más antiguas de Córdoba era la almunia al-Rusafa, edificada por el emir Abd al-Rahman I (756-788) al norte de la capital. En ella, según las fuentes, se plantaron plantas exóticas y árboles traídos de Siria y otras regiones por los agentes del emir, entre ellos una palmera y unos granados que daban gruesos frutos, variedad que fue conocida desde entonces como granada rusafí, por proceder de la Rusafa siria, o granada safarí, en recuerdo de Safar, la persona que, al parecer, la introdujo en la provincia de Málaga. Esas nuevas especies, incluida dicha granada, se aclimataron en esta almunia y después se expandieron por la Península.