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Guernica, icono de la piedad y el terror de las guerras

Una enorme fotografía muestra 6 cazas cargados con la simiente de la destrucción y la muerte, aproximándose a Guernica. Unas salas más allá del Museo de Arte Reina Sofía, y en su lugar de siempre, observamos el horror posterior a esa imagen. Cuerpos descuartizados, madres abrazando a sus hijos muertos, animales destrozados, gritos sordos, inaudibles al oído, pero que sobrecogen el corazón y la dermis. Es una de las imágenes más representativas de la historia de la humanidad, un icono de la barbarie y el sufrimiento. Quizá el tormento con más sinsentido, más evitable, inhumano y cruel…. el que provoca un ser humano a otro, al que odia sin conocer.

Hace unos meses el Museo Picasso de Barcelona, expuso en sus salas, obras del propio artista junto a las de Juan Gris, Diego Rivera o Gino Severini, entre otros artistas. Todos compartieron amistad y reflexiones en París a principios del siglo XX, cuando estalló la Primera Guerra Mundial. En esa contienda, algunos artistas franceses, ingleses, belgas o alemanes tuvieron que alistarse en el ejército de sus respectivos países. Ellos no pertenecían a ninguno de los países que se enfrentaron en el conflicto bélico, e hicieron del cubismo una forma de vida y resistencia. Rechazaron la guerra como tema, ofreciendo una respuesta artística y vital ante el asesinato mecanizado, que ya reflejaban las revistas ilustradas y las grabaciones cinematográficas del momento. Buscaron la pureza estética enfrentada al fango y a las terribles experiencias del frente…. pero no quedaron inmunes.

A finales de los años 20, el arte picassiano sufre una metamorfosis desde el optimismo e intimismo hacia la búsqueda de una nueva imagen del mundo y transforma la belleza en monstruosidad. En la siguiente década el mundo vive un momento de gran convulsión marcado por la irrupción del fascismo, la Guerra Civil española y los inicios de la II Guerra Mundial. Es ahí donde se inicia el camino que ahora recoge el Museo Reina Sofía, en la exposición «Piedad y Terror en Picasso», con la que conmemora los 25 años de la llegada de esta obra maestra a la pinacoteca madrileña, que además coincide con los 80 años de historia del cuadro, pintado en 1937.

La exposición está distribuida en diez salas, convirtiendo el cuadro en el epicentro alrededor del cual orbitan otras piezas anteriores y posteriores que dan las claves precisas para analizar la transición artística y personal del pintor. La muestra se abre con una sala denominada «El mundo es un cuarto», con una serie de naturalezas muertas y cuadros sobre interiores, que sirven para abrir al artista al mundo exterior.

En el trayecto hacia el Guernica pasamos por la sala «Belleza y terror», en la que destacan «Las tres bailarinas», tres figuras angustiadas, pintada con colores deliberadamente estridentes y cuerpos y caras reducidas a garabatos imposibles, donde las paredes y el papel pintado quedan hechos trizas. En la sala «Monstruos y monumentos», se recogen varias esculturas corporales totalmente desconcertantes. La sección «¿Qué sucede con la tragedia?» muestra la brutalidad horripilante a través de bocetos donde aparecen pedazos corporales junto a esculturas monstruosas. Charlotte Corday rajando la garganta de Marat o una crucifixión como reflejo de la crueldad humana.

Cuando el gobierno republicano le encarga la obra para la Exposición Internacional de París como denuncia de la Guerra Civil española, el pintor aborda el conflicto bélico de forma muy diferente a como se había realizado hasta el siglo XX, salvo algunas excepciones como los fusilamientos del 2 de mayo. Hasta ese momento siempre se recordaban las guerras con monumentos erigidos a militares o en memoria de hazañas bélicas. Este es el primer antimonumento castrense de la historia. El artista plasma el dolor y sufrimiento de los civiles, donde las mujeres pasan a primer plano, convirtiéndolas en protagonistas del mundo cotidiano de la guerra. Así llegamos a la sala «Mater dolorosa», donde las lágrimas de las mujeres apuñalan los ojos, las lenguas centellean como cuchillos o llamas, los pechos son proyectiles y los cuerpos se transforman en munición blindada. Reflejan la indignación, la desesperación, pero también la resistencia.

En «Las cosas se desmoronan» se abordan dos temas centrales de la obra picassiana: la frágil intimidad de las paredes de un cuarto, hasta entonces seguro, pero que se convierte en un lugar peligroso    -entendiéndolo como un aspecto central del bombardeo contra las ciudades- y los civiles. La habitación se confunde con la calle, lo privado con lo público, el hogar con el desamparo. Aparece el nuevo espacio bélico, la guerra total, donde el espectador se sitúa al mismo tiempo «dentro» y «fuera». A través de las fotografías de Dora Maar, que recoge todo el proceso de creación del Guernica, en la sala «Máquinas de sufrimiento» aparecen variaciones del mismo tema mostrando una dimensión sádica de sus cuadros, con cuerpos atrapados en cuartos que són búnkeres o cámaras de tortura.

Las tres últimas salas recogen el posGuernica. En «Medianoche en el siglo», Picasso se remonta a una angustia trágica, cuando las tropas de Hitler se acercan a Paris. La obra «Mujer peinándose» la pintó en Royan, una pequeña localidad costera francesa, a dónde había huido en septiembre de 1939. La fecha de finalización del cuadro es el 19 de junio de 1940. Las tropas nazis habían entrado en París el día 14.

El Guernica recoge un hecho puntual de una guerra, la que vivió España entre 1933 y 1936, pero se ha convertido en un icono del terror provocado por los conflictos bélicos que han asolado el mundo desde aquellos años. Picasso no quiere reflejar solo el horror, sino que busca un último instante de comprensión, mediante la camaradería, la conmiseración trágica y la fe en «la inmortalidad potencial del grupo».

«Piedad y Terror en Picasso», actividades paralelas a la exposición del Museo Reina Sofía

@angelaGonzaloM 

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