El 23 de agosto de 2014 se celebró el 25 aniversario de la cadena pacifista de los países bálticos, conocida como la vía báltica. Lituanos, estonios y letones compartieron un sueño, y con sus manos unieron Riga, Vilnius y Tallín para pedir la independencia pacífica de la URSS.
Por Ángela Gonzalo
Gorbachov, entonces presidente soviético, había apostado por una nueva política, «la perestroika» (la renovación del sistema comunista). La cadena humana báltica, fue un eslabón más en las reivindicaciones de los países del telón de acero. A partir de agosto el mundo viviría las «revoluciones del otoño europeo», que dieron pasó a la caída del muro de Berlín y al inicio del fin de la guerra fría.
Como ocurrió en 2011 con las primaveras árabes, en 1989 un viento de cambio recorrió Europa del Este, aunque con un final más contundente que los países del norte de África. Un país tras otro cambiaba sus gobernantes con el beneplácito del Kremlin. Sí las dos guerras mundiales habían modificado las fronteras europeas, a finales de los 80 se iniciaba la nueva configuración geográfica y política de Europa, que esta vez, parece sería definitiva.
En febrero de 1989 las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán, al mismo tiempo que más de medio millón de soldados abandonaban los países satélites europeos. Esto último posibilitó las movilizaciones que dieron paso a la caída de los regimenes comunistas en la Europa del Este, y al gran símbolo de la guerra fría: el muro de Berlín.
El 19 de agosto de ese año, el telón de acero se entreabrió durante unas horas en la frontera entre Austria y Hungría. En ese mismo lugar, en Sopron, veinticinco años después más de medio millar de personas conmemoraron este martes un picnic paneuropeo histórico: el que permitió en 1989 que unos 600 ciudadanos de la RDA pasaran a Austria, por ese puesto fronterizo. Unos meses antes Gorbachov había autorizado a los gobernantes húngaros a reducir la vigilancia a lo largo de la frontera con Austria. En octubre los ministros de exteriores de ambos países cortaron simbólicamente la alambrada, pero ya habían cruzado la frontera más de 50.000 alemanes orientales que se dirigieron hacia la antigua RFA.
El 23 de ese mismo mes, coincidiendo con el 50 aniversario del pacto de no agresión germano-soviético de 1939, 2 millones de personas formaron una cadena humana de más de 600 kilómetros uniendo las tres capitales bálticas. Un acontecimiento que ha merecido el reconocimiento de Memoria del Mundo por parte de la Unesco. La acción reivindicativa, que se inició a las 7 de la noche y duró unos 15 minutos, supuso el final de años de sometimiento a Moscú. Fue un paso histórico no solo para la independencia de los tres países, conseguida en 1991, sino para su integración en la Unión Europea.
Como una reacción dominó a lo largo de todo ese año se fueron sucediendo hechos políticos de gran calado que llevaron a los países del Este a decidir su propio futuro. En abril, el general polaco Jaruselzski negoció con el sindicato Solidaridad su reconocimiento legal y el 12 de septiembre Tadeusz Mazowiecki formó el primer gobierno no comunista de todo el bloque. El 23 de octubre Hungría se proclamaba república soberana. El 9 de noviembre, el mundo observó sorprendido la caída del muro de Berlín. El 25 de diciembre es fusilado el exdictador rumano, Nicolae Ceausescu y antes de acabar el año, el 29, el dramaturgo Vaclav Havel, fue nombrado nuevo presidente de Checoslovaquia.
25 años después, todos los países tras el telón de acero forman parte de la Unión Europea, pero siguen temiendo las reacciones de su gran vecino del Este, embarcado ahora en un nuevo conflicto: la guerra de Ucrania. Lituania fue el primer estado soviético en declarar la independencia, en 1990, al año siguiente lo consiguieron Letonia y Estonia. Ucrania declaró su independencia el 1 de diciembre de 1991, pero nunca ha podido quitarse el yugo de Moscú.
Artículo publicado en euroXpress el 23 de Agosto de 2014