Poco antes de cerrar la precaria escuela instalada en la Jungla de Calais, Michel Abecassis, una profesora voluntaria, escribe en la pizarra, «mañana nos vamos». Utiliza un lenguaje políticamente correcto y no les enseña a sus alumnos la conjugación del verbo «echar», que es realmente lo que les está pasando. «Mañana me iré» escribía ayer Ibrahim en su manoseada libreta, sentado en un frágil pupitre del campamento. Es una frase que significa futuro, pero para él, igual que para los casi 10.000 migrantes que viven en tiendas de campaña, implica incertidumbre, desconfianza, y sobre todo, desánimo. Hace mucho que Ibrahim conjuga el verbo ir. Desde el día que abandonó su casa. Fue la única vez que decidió de verdad «irse». En ese tiempo, ese verbo ha sido para él, sinónimo de caminar, correr, huir, navegar… Siempre adelante, sin posibilidad de dudar. El tiempo verbal que mejor se adapta a su situación actual es, -paradojas de la vida-, el futuro perfecto: «Tendré que ir». Hoy espera nervioso y preocupado, su próximo destino. Quería llegar al Reino Unido donde tiene familiares, pero otros han decidido por él, que deberá esperar. Ese verbo también lo sabe conjugar bien. Así que su problema no es gramatical, es existencial.
Mientras este refugiado sudanés recibe su última clase, al otro lado del canal, Aemal Khan, empieza a conjugar otra expresión, llegar, olvidar, descansar. Con 14 años, huyó de Afganistán y ayer llegó a Croydon, en el sur de Londres, donde vive su hermano Asif. Hace más de diez años que no se veían. Las guerras los separaron. «Muchas veces he echado de menos a mi madre. También he llorado por no estar con mi familia, con mis padres», explica este adolescente que ha estado varios meses en el campamento. Como él hay otros 1.300 menores no acompañados que buscan el momento oportuno para cruzar el canal de La Mancha y reencontrarse con sus familiares. Aemal ha tenido suerte. Una expresión también políticamente correcta. Forma parte de una quincena de jóvenes que se han podido reunir con sus familias, después de pasar una prueba de dentición que demuestra que todavía son niños.
Aemal y Ibrahim, son parte de las decenas de millares de personas que desde hace 14 años han ocupado el campo de migrantes más grande del continente, denominado «La jungla». Una palabra que en Europa tiene otro significado diferente al que tienen algunos de estos refugiados que han llegado desde Sudán o Etiopía. Esta mañana la tensión estaba presente en las largas filas de migrantes. Con sus pocas pertenencias en una bolsa, hacen cola para ser registrados por las autoridades francesas, que decidirán -una vez más-, su destino. A partir de ahora deberán conjugar el futuro imperfecto «tendré que ir».
El campamento se levantó por primera vez en 1999. La Cruz Roja instaló un centro de atención a refugiados en Sangatte, pero rápidamente se desbordó y las autoridades francesas plantearon su cierre. En 2003 los gobiernos francés y británico intentaron controlar los flujos migratorios entre ambos países y firmaron los acuerdos de Touquet. La frontera pasó de Denver a Calais, último punto del espacio Schengen, al que no pertenece el Reino Unido. Todos los emigrantes que querían cruzar al otro lado del canal, tendrían que esperar su momento en este pueblo francés. Este acuerdo significó un fracaso de la política migratoria europea. Desde hace 14 años el campamento ha crecido sin control, llegando a tener en algunos momentos casi 10.000 personas, la mayoría asiáticos, africanos y árabes. Muchos de ellos procedentes de países que formaron parte del imperio británico. Francia ha intentado devolver la frontera a Denver, y quitarse este problema de encima, pero el Reino Unido, no está dispuesto a aceptarlo.
El cierre del campamento de la Cruz Roja en Sangatte en 2002, obligó a muchos de sus «habitantes» a reagruparse en una zona al noreste, en Calais, denominada «la Jungla», un nombre muy familiar para muchos de sus moradores. Era el lugar idóneo para atrapar alguno de los camiones pesados que se embarcaban hacia Inglaterra. Unos 500 policías lo desmantelaron en 2009. Nicolas Sarkozy era ministro de interior y la izquierda criticó esa decisión política. Sin lugar de referencia, muchos emigrantes se dispersaron por el centro de la ciudad y sus alrededores esperando su oportunidad para llegar a Denver. De nuevo, en 2015 emergió otro campamento, bautizado como «la nueva jungla», en esta ocasión para intentar quitar la presión social sobre el municipio francés. El 23 de enero del año pasado, unos cincuenta emigrantes consiguen colarse en un ferry y el puerto de Calais queda bloqueado durante tres horas.
A finales de 2015 comienzan las tensiones entre policía, migrantes, ciudadanos y organizaciones humanitarias. Unos enfrentamientos que aumentarán a lo largo de 2016. Entre febrero y marzo de este año se desmanteló la parte sur de la «Jungla», incluso un grupo de iraníes se cosieron la boca con hilo para protestar por la destrucción de su cabaña. La mayoría de las personas expulsadas se recolocaron en los barrios del norte. A finales de mayo, un enfrentamiento entre afganos y sudaneses provocó unos 40 heridos. En junio hubo nuevos enfrentamientos y el 26 de julio en medio de un tumulto, murió un etíope atacado con un cuchillo. El 5 de septiembre, conductores, agricultores y comerciantes bloquearon las carreteras cercanas a Calais para pedir un nuevo desmantelamiento. Unos días más tarde, Londres financió la construcción de un muro a lo largo del puerto para evitar que los migrantes pudieran acceder a barcos y trenes. El 26 de septiembre el socialista François Hollande promete que el lugar se desmantelará totalmente antes de que acabe este año y que se realojará a los migrantes en centros de acogida de todo el país. La derecha le acusa de crear «minicampos» por todo el país.
El 18 de octubre, un juez de Lille, rechazó un recurso interpuesto por once asociaciones de ayuda a los migrantes. Se calcula que actualmente «viven» entre 6.400 y 8.000 personas. Más de 1.300 son, como Aemal, menores no acompañados.
Durante todo el día, unos 60 autobuses, han trasladado a los primeros migrantes hasta sus residencias temporales en diferentes localidades de Francia. Este lunes, ha comenzado un nuevo desmantelamiento, pero sin que eso comporte la solución de un grave problema, que ningún político quiere afrontar a largo plazo. Las elecciones son dentro de unos meses.