En Lerma, junto al río Alanza, un joven José Zorrilla pasó una temporada, cuando su padre -gobernador de Burgos-, fue desterrado y lo envió a casa de unos tíos maternos. Zoilo Moral, era canónigo, o beneficiado, -según las fuentes- en la Colegiata de San Pedro. En esa época cambiante de su vida, como recordaría años más tarde en Una historia de locos, encontró a uno de sus amores de juventud, Catalina, que aparece en Recuerdos del tiempo viejo, y hay quién asegura que se inspiró en ella para su doña Inés.
En la villa también conoció a un primer amor, su prima Gumis, a la que dedicó los versos Un recuerdo del Arlanza. Parece que el joven Zorrilla, no era un alumno muy aplicado, y lo suyo era la literatura, pero no la geografía. En sus escritos confunde en varias ocasiones el Arlanza y el Arlanzón, un afluente del primero, que se une al Pisuerga y este, a su vez, unos kilómetros más abajo al Duero.
En la histórica ciudad de Lerma, encontró algunas de las amistades que dejaron huella en su vida, descubriendo su faceta literaria, que ya había despertado a los 10 años cuando estuvo internado en el Real Seminario de Nobles de Madrid. Entre los amigos con los que recorría la ribera del Arlanza y las calles y plazuelas de la Lerma de mediados del siglo XIX, estaba Francisco Luis de Vallejo, uno de los últimos corregidores de España o Segundo Valpuesta, que le prestaba el dinero que no le llegaba de sus padres y le permitía asistir a fiestas y beber el vino de los bodegueros de la zona. Allí podría haber comenzado a dar sus primeros pasos como hombre bohemio, que le caracterizó toda la vida y que él recuerda en su biografía.
Coincidiendo con el bicentenario del nacimiento en 2017 del poeta y dramaturgo, el ayuntamiento burgalés, preparó una ruta de Zorrilla por Lerma, que recorre unos 700 metros de esta histórica ciudad situada sobre un altozano que domina la vega del río por el que pasó El Cid, camino del destierro. Podemos encontrarnos con nuestro personaje frente a la Colegiata de San Pedro, donde hay instalada una estatua del poeta, imprescindible para hacer fotos. Junto a un libro sobre Lerma, la figura -una escultura realizada por Ángel Gil Cuevas- parece inspirarse en el escrito que ha comenzado a redactar.
A pocos pasos, siguiendo de frente, cruzamos con nuestro especial guía, los arcos de la Plaza de Santa Clara. Delante los campos de cereales y el paisaje típico de los ríos castellanos que buscan la sombra entre robles, olmos o encinas. En el mirador se han instalado fragmentos de algunas de sus poesías.
«¡Río Arlanza! ¡río Arlanza!,
que el florido campo pules
derramándote en holganza,
Tan frágil es mi esperanza
como tus ondas azules!»
El paseo continúa bajando las escaleras, rodeando el Convento de la Ascensión y dirigiéndonos hacia la izquierda por detrás de la Colegiata de San Pedro. El autor vallisoletano, nos traslada con su escritura a una de las estaciones más bellas de la comarca del Arlanza. «Era noviembre, el sol en el ocaso doraba con sus rayos postrimeros el cielo de Castilla, frío y raso; el viento del otoño, de sus galas despojando la olmeda cual plumeros de militares cascos, sacudía con furia de los árboles las copas; y de su soplo ronco entre las alas, que el hielo del invierno nos traía, la tempestad política venía».
Volviendo hacia el casco antiguo, cerca de su estatua y de los jardines de la colegiata, está la casa en la que vivió. En una de las paredes se puede leer el grafiti de su texto más conocido, aunque ambientado en Sevilla, «No es verdad ángel de amor, que en esta apartada orilla, más bella la luna brilla y se respira mejor». No fue fácil la estancia de Zorrilla en Lerma, la grave enfermedad de su padre -una pulmonía- y sus malos resultados académicos, a los que había que añadir la poca benevolencia de su tío, le provocaron zozobra, durante los meses que estuvo en la villa ducal. No respiraba tranquilidad ni alegría, pues la relación con su padre nunca fue afectuosa, todo lo contrario del sentimiento que guardaba a su madre, a la que recordaba con veneración. A ella le dedicó varios versos en Las hojas secas.
No todo era angustia. La joven lermeña Catalina Benito Reoyo, tres años mayor que él, fue uno sus amores apasionados y fugaces. Pasó las vacaciones de 1835 cortejando a Catalina y componiendo versos y más versos, recogidos en el diario «El artista». Al parecer la muchacha comenzó correspondiendo a sus demandas amorosas, pero «pronto arrojó su pasión al pozo del olvido». Pese a su rechazo continuó componiéndole versos.
Su gran amigo, Segundo Valpuesta, que sería ordenado clérigo de la Colegiata de Lerma, iba inculcando al joven poeta serenidad y sosiego imaginativo. No solo le ofrecía consejos, también dinero, por eso no es de extrañar que Zorrilla le enviará misivas desde Francia o Londres, recordando su amistad.
En 1887, seis años antes de su muerte el ayuntamiento le dedicó una calle, la misma en la que había vivido el dramaturgo. Sobre el dintel de su casa, aparecen dos símbolos de la masonería: la escuadra y el compás. Siguiendo por las callejuelas del centro, el paseo nos lleva hasta el cruce de las calles San Pedro y Mayor. Allí encontró por primera vez a su otro gran amigo Paco Vallejo, con el que a pesar de tener un encuentro no muy amistoso y pocas cosas en común, acabó procesándole un cariño fraternal.
Años más tarde le dedicó su obra más reconocida «Don Juan Tenorio». Vendió los derechos de autor por unos 4.200 reales de vellón al editor Manuel Delgado. Al cambio actual, unos 6,31€. La obra se estrenó el 28 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz de Madrid, y aunque gustó la retiraron pronto del cartel. Dieciséis años más tarde, llegó su gran éxito… pero los derechos ya no le pertenecían.
La empinada cuesta de la calle Mayor, nos acerca a la biblioteca municipal, en el cruce con la calle del Barco. Si tenéis tiempo, siempre es un buen lugar para ojear algunos de los libros que escribió Zorrilla, e inspirarnos más en sus experiencias vitales, en uno de los lugares que más marcaron al escritor.
El paseo finaliza en la monumental plaza mayor, una de las más grandes de España. Sus edificios y porticos, reflejan el esplendor que vivió en el siglo XVII, cuando obtuvo el título de villa ducal, diseñada siguiendo el estilo herreriano de los Austrias y presidida por el palacio Ducal, actual Parador de Turismo. Su época dorada fue el barroco, y en agosto, celebran su Fiesta del Barroco, con música compuesta en aquella época. La ciudad le debe su esplendor y notoriedad a una figura mucho más importante que José Zorrilla… a Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, conocido con el título de duque de Lerma, el hombre más poderoso del reinado de Felipe III. Otro día os hablamos de él y de su influencia en esta población burgalesa.
Situada a 38 kilómetros de Burgos, y 192 de Bilbao se puede llegar a Lerma en coche o autobús. A partir de mayo de 2019 acogerá la exposición «Las Edades del Hombre«.
Hay muchos lugares donde dormir, uno de ellos es el hotel rural «El zaguán» no tengo nada que ver con ellos, pero es donde me alojé y los propietarios son muy amables, el establecimiento tiene habitaciones muy espaciosas y el desayuno es «continental» de Burgos (con huevos de sus gallinas, cecina o fruta de su huerto). A la entrada podéis caminar sobre el antiguo suelo del lagar. Una experiencia, como mínimo curiosa.
Para comer, se puede tapear o comer en los bares y restaurantes de la plaza Mayor, y también en el Asador de Lerma, Restaurante Lis 2 o el Mesón Casa Lara.
Esta es la web de turismo de Lerma
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