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Diez temas que marcarán el mundo en 2019

En 2019 van a ponerse las cartas sobre la mesa. Hay mucho en juego: el futuro de las instituciones del orden internacional, la democracia, la dignidad y también los derechos sociales y laborales, que muchas sociedades consideraban adquiridos o se daban por descontados. Veremos cuán potente es la ofensiva para erosionar estos principios pero también cuán ágil y creativa es la capacidad de resistencia. En esta pugna surgirán oportunidades. Son viejos combates pero con protagonistas renovados e ideas nuevas. Será una partida a varios niveles: entre las principales potencias, entre distintas concepciones del orden internacional y también entre distintas ideas de sociedad. Este tercer choque adquirirá mayor relevancia si, frente a todos aquellos que propugnen el repliegue, la mano dura y el mirar por uno mismo, se consolidan formas de resistencia positiva entre cuyos protagonistas encontraremos al feminismo como gran fuerza transformadora, al activismo digital y a unos espacios urbanos orgullosos de sus sociedades abiertas, diversas y conectadas. La partida no terminará en 2019 pero sí será un momento de toma de posiciones, de definición de alianzas y estrategias. La relevancia de este año no estará determinada por el resultado final de este enfrentamiento sino por la constatación de que lo que está en juego son elementos básicos del progreso global. En 2019 volvemos a lo básico. 

 1.      Las reglas del juego: multilateralismo y polaridad

Desde que Donald Trump tomó posesión, Estados Unidos ha ido menoscabando el multilateralismo. En 2018 los norteamericanos cortaron la financiación de la UNRWA (la agencia de la ONU encargada de los refugiados palestinos), abandonaron las negociaciones para el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, se retiraron del acuerdo nuclear con Irán (conocido por las siglas JCPOA), del Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) que se firmó en 1987 con la Unión Soviética y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Nada indica que esta tendencia vaya a revertirse en 2019. Es más, algunos países pueden seguir sus pasos, por sintonía con la política exterior de Trump, o porque se sientan mal representados en estos marcos multilaterales y consideren que su cuestionamiento es ahora más aceptable que en el pasado. Los anuncios a finales de 2018 de que Brasil rechaza la presidencia de la COP25 o las bajas de varios países europeos del Pacto Mundial para las migraciones apuntan hacia esta tendencia. 

La tensión entre China y Estados Unidos, con la guerra comercial de telón de fondo, mantendrá en vilo al resto de actores internaciones. La cumbre del G20 en Buenos Aires consiguió aplazar unos meses la puesta en marcha de nuevos aranceles, pero la tregua no supone un cambio de rumbo que desvíe a las dos superpotencias económicas del riesgo de colisión. En 2019 pueden producirse tres escenarios: el choque, una nueva prórroga o un giro sorpresa en forma de acuerdo bilateral tras el que ambos jugadores se reclamen vencedores. En cualquiera de los tres, el elemento determinante es la fuerza y la estrategia de los contrincantes y no el respeto de las reglas del juego ni al resto de jugadores. De una u otra forma, en menor o mayor medida, el multilateralismo saldrá debilitado. 2019 es un año en que se erosiona la confianza, y ello nos sitúa en peores condiciones para reaccionar concertadamente ante cualquier desafío de alcance global. 

En 2019 se darán dos paradojas: China aparecerá como el adalid del multilateralismo aunque sea desde la fe del converso y se idealizarán instituciones y marcos que objetivamente ya eran disfuncionales como la Organización Mundial del Comercio o el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. También será un año en que intuiremos si el problema son las reglas del juego – si es el caso, habrá quien proponga reglas nuevas – o si asistimos a una crisis de valores más profunda y por lo tanto la alternativa es jugar sin reglas o sin instituciones que velen por su cumplimiento. 

También será un año en que sabremos si esta es una partida en la que hay sólo dos jugadores relevantes – avanzando así hacia una nueva dinámica bipolar pero con reglas obsoletas – o si el resto de jugadores deciden dar un giro y jugar su propia mano. 2019 debería ser un año para tomar cartas, singularmente por parte de actores que, como la Unión Europea, han estado defendiendo con mayor ahínco el multilateralismo y que van a tener que decidir si optan por dar un paso adelante en la defensa de las instituciones y marcos ya existentes o, por el contrario, asumen que se ha entrado en una nueva fase en que la mejor forma de defenderlo es aceptando su fragmentación. En otras palabras, si aceptan que habrá partidas simultáneas o, lo que es lo mismo, que ante la ausencia de consensos globales podrían primar los acuerdos de alcance regional o interregional. Si esta es la opción, se enfrentarán a un problema añadido: la rivalidad entre potencias regionales – a menudo en clave ideológica – que ya está tomado como rehén a muchas organizaciones. 

2.      Preparándose (o no) para la próxima crisis económica

En 2019 se especulará cada vez más sobre cuál será el desencadenante de la próxima crisis económica global y sobre si estamos mejor o peor preparados para hacerle frente que en 2008. Se plantearán tres posibles causas: los efectos disruptivos de la colisión comercial entre Estados Unidos y China; una crisis mayor y más generalizada de los países emergentes; o que algunos de los flancos débiles de la Unión Europea vuelvan a sembrar la incertidumbre a nivel global. 

El progresivo final del ciclo de expansión monetaria, las fluctuaciones en los mercados de la energía y el temor a un efecto contagio entre y desde economías emergentes pueden ahondar las dificultades financieras que ya se experimentaron en 2018. Cuanto más endeudada en dólares esté una economía, más se resentirá de un aumento de tipos en Washington en forma de depreciación de la moneda, inflación descontrolada y dificultad para acceder al crédito. Aquellos gobiernos que ya introdujeron medidas de austeridad en 2018 como Brasil, Argentina, Venezuela, Turquía, Argelia, Egipto, Sudáfrica, Sudán o Pakistán pueden resentirse aún más de una percepción de deterioro económico que se traduzca en aumento de la conflictividad social. En algunos de estos países las turbulencias económicas pueden amplificarse por la coincidencia con procesos electorales, sobre todo una vez las elecciones se hayan celebrado y toque implementar nuevos recortes. Por orden cronológico, los turcos eligen a sus alcaldes en marzo, los argelinos al presidente en mayo, los sudafricanos tienen elecciones generales en algún momento entre mayo y agosto y los argentinos lo harán el 27 de octubre.  

Si, en cambio, ponemos el foco en Europa los principales quebraderos de cabeza serán Italia y el Brexit, tema que desarrollamos más adelante. Italia lleva más de dos décadas de bajo crecimiento pero consiguió sortear el fantasma del rescate durante la crisis anterior. El principal temor esta vez será que, en caso de dificultades económicas severas, la eurozona no tenga ni voluntad política ni recursos suficientes para poner la tercera mayor economía del euro a flote y protegerla de los choques especulativos. La premisa de que Italia es “too big to fail” aumentará la actitud desafiante del gobierno italiano respecto a las instituciones europeas. Si se aplica el Procedimiento de Déficit Excesivo a Italia, con la obligada votación-decisión del Consejo de la Unión Europea, se enfrentarían las opciones de defender al euro de las crisis de la deuda y la de defender la soberanía presupuestaria de los estados miembros. El año en que el euro celebra el veinte aniversario de su creación, la Unión Europea puede verse obligada a escoger entre lo malo y lo peor, y la gestión de estas turbulencias tendrán (pre)ocupados a los mercados.  

A diferencia de lo que sería razonable, la constatación de que tarde o temprano va a haber una crisis económica y la identificación de los puntos débiles no se traducirá en una aceleración o intensificación de las medidas para hacerle frente con mejores garantías y menores costes. Los optimistas – ojalá acierten – esperarán que el miedo al precipicio aparque la tentación del retorno al proteccionismo. No se conseguiría evitar una crisis – son cíclicas – pero sí reducir su intensidad. Mientras esperamos un nuevo choque, lo que sí continuará en 2019 son los estragos de la crisis anterior en forma de desigualdades crecientes, con derivadas territoriales y generacionales cada vez más visibles. En otras palabras, si de la crisis de 2008 sólo se han abordado parcialmente algunas de las causas, la gestión de sus consecuencias seguirá siendo un asignatura pendiente. Por eso, cuando se produzca una nueva crisis se planteará la duda de si realmente es algo nuevo o la prueba de que la anterior nunca llegó a superarse.  

3.      Entre la economía de plataforma y el oligopolio digital

2018 ha sido un año en que se ha generalizado la discusión sobre los efectos del modelo de negocio de muchas plataformas digitales y algunos términos como “uberización” han empezado a formar parte del lenguaje común. En 2019 se consolidará y ampliará este fenómeno y el peso relativo de las empresas digitales  – incluidas las de plataforma – en la economía global continuará aumentando y, con ello, cambiará aceleradamente la percepción de este fenómeno. Estos negocios ya no se verán como simpáticas iniciativas lanzadas por jóvenes emprendedores sino como una realidad arrolladora capaz de llevarse por delante operadores tradicionales y alterar las reglas de juego del mercado de trabajo. Ya no se les percibirá como exponentes de la economía colaborativa sino como intermediarios entre actores económicos con amplios márgenes de beneficio. 

Las administraciones públicas, a todos los niveles, pero también algunos sectores de la sociedad, se plantearán de forma más contundente cómo afrontar este fenómeno y, sobre todo, las externalidades negativas que pueda provocar. La naturaleza tecnológica, innovadora y a menudo desterritorializada de este modelo de negocio planteará desafíos añadidos en términos de regulación y fiscalidad. Pero también preocuparán las tendencias oligopólicas y la desprotección en materia de derechos laborales o de privacidad. Todo lo relativo a la vivienda, especialmente en grandes urbes, adquirirá especial protagonismo. La causa habrá que buscarla no tanto en el fenómeno de la economía de plataforma sino en cómo éste se suma a otras tendencias como el rentismo inmobiliario que están amplificando los problemas de acceso a la vivienda de una parte cada vez mayor de los trabajadores. 

El fenómeno de la economía de plataforma será percibida y tendrá efectos diferentes en función del contexto social. Aumentarán las suspicacias en buena parte de las sociedades post-industriales, especialmente allí donde ya había unos servicios de calidad y un nivel de protección social y laboral elevada. En cambio, en muchos países en vías de desarrollo, y especialmente allí donde los servicios son deficientes y los derechos laborales o del consumidor una ficción, la irrupción de estas nuevas plataformas será vista como una oportunidad, con efectos positivos en la vida cotidiana, como una fuente de inspiración a la hora de construir una cultura más emprendedora y como fórmula para sortear redes clientelares vinculadas a menudo al poder político establecido. 

Precisamente porque el debate social sobre este fenómeno va a intensificarse, desviará la atención de otro fenómeno económico (y social) tanto o más relevante: la hegemonía de un grupo muy reducido de empresas digitales y el creciente divorcio entre capital y trabajo. Actualmente las cinco principales empresas del mundo en capitalización bursátil pertenecen a esta categoría: Apple, Amazon, Alphabet, Microsoft y Facebook.  Ninguna de ellas está entre los primeros empleadores del mundo pero, en cambio, sí que están en la vanguardia de lo que subrepticiamente llaman “optimización fiscal”. Otro dato relevante: en 2018, Jeff Bezos, el fundador de Amazon, se convirtió en la persona más rica del mundo y Netflix superó a Disney como principal compañía audiovisual. 2019 será un año de nuevos records que ilustrarán tanto la fuerza de la economía digital como los riesgos de una deriva oligopólica.

4.      Democracia, retrocesos globales y resistencia

El año 2018 fuerzas populistas – abiertamente xenófobas en muchos casos – accedieron al poder en países como Brasil o Italia. En 2019 deberemos estar muy atentos a si el ejercicio del poder les desgasta. También comprobaremos si los intentos de generar una estrategia política compartida por parte de este segmento ideológico tiene recorrido. Y, sobre todo, veremos hasta qué punto son capaces de forzar una marcha atrás en temas de género, inmigración, pena de muerte o derechos del colectivo LBGTI. Ahí pueden contar con la complicidad de otros “hombres fuertes” como Trump, Putin, Duterte, Orbán o Erdogan. 

La intensidad de los retrocesos no se medirá sólo por lo que propugnen estas fuerzas sino por el riesgo de que otras formaciones políticas normalicen, y en el peor de los casos adopten, parte de su discurso. Existe el riesgo de caer en una trampa discursiva que obligue a escoger entre “seguridad para nosotros” o “derechos para ellos”. En 2019 una de las grandes batallas de lo que ya podríamos llamar “la internacional populista de derechas” serán las elecciones al Parlamento Europeo. Será el momento de comprobar si estos movimientos han conseguido cohesionarse y si su estrategia ya no pasa por detener la construcción europea sino más bien por apropiársela. De lo que no hay duda es que con su fortalecimiento ahondará en la fragmentación del Parlamento Europeo y en las potenciales disfunciones institucionales que podría conllevar. Pero también puede promover una nueva cultura del pacto en la que grupos como los verdes – erigidos en muchos casos como principal oposición al populismo y al repliegue – y algunos sectores de la izquierda no socialdemócrata – que capitalizan la indignación por el aumento de las desigualdades – adquirirán mayor protagonismo. 

Fuera de Europa, las elecciones en Canadá también aportarán pistas sobre la naturaleza global de este combate, especialmente porque la inmigración va a ocupar un lugar destacado en la campaña electoral. Además, el hecho de que algunas de las democracias más pobladas del mundo – India, Nigeria e Indonesia o, lo que es lo mismo, casi dos mil millones de personas  – tengan cita con las urnas en 2019, recordará que Occidente no es el único terreno en que se juega la defensa de la democracia y su capacidad de adaptación a los nuevos desafíos.   

Las protestas emancipadoras que recorrieron medio mundo en 2011 han ido dando pie a una fase de repliegue. ¿Será 2019 un punto de inflexión? A lo largo de 2018 hemos constatado la renovada fuerza del feminismo o el trabajo de coordinación entre ciudades que, en algunas materias como el clima o la inmigración han llegado a desafiar a sus respectivos gobiernos. Cuanta más fuerza adquieran los movimientos regresivos, más dinamismo y amplitud adquirirá una resistencia que no se contentará con defender el statu quo ante sino que planteará una nueva agenda democrática. El trabajo en red y la combinación entre mecanismos tradicionales de movilización social y nuevas tecnologías marcará el avance en la consecución de esta agenda. 

5.      Realidades paralelas, crisis de confianza y combate digital

Las elecciones brasileñas de 2018 apuntaron a una transformación del uso de la (des)información en la acción política, que se traslada desde las redes sociales y las plataformas abiertas a los espacios digitales cerrados y de confianza como los grupos de WhatsApp. Esto obliga a repensar estrategias para adaptarse a unos parámetros legales, tecnológicos y éticos distintos. Si esta es la tendencia, algunas de las ideas propuestas en clave de regulación – especialmente centradas en las redes sociales – habrán quedado obsoletas antes de entrar en vigor. 

Si en años anteriores los conceptos de moda han sido los de infoxicación, posverdad y fake news, en 2019 esta nueva sociedad fragmentada por la información se expresará cada vez más a través de las identidades on-line e irá configurando un tribalismo digital que aísla unos grupos de otros. Las nuevas tecnologías han puesto al alcance del ciudadano una cantidad ingente de información y le permiten el acceso a interpretaciones muy distintas de la realidad. Sin embargo, esta evolución tecnológica y el modelo de negocio imperante está aislando al usuario digital en comunidades que se retroalimentan y reafirman en sus posiciones, deslegitimando aquellos que piensan distinto, cuestionando la noción de objetividad y contribuyendo a la creación de realidades paralelas. Esto agudiza – y en parte viene reforzado – por la desconfianza en los intermediaros, en los expertos, en el periodismo e incluso en la política profesional. La erosión aún es mayor cuando esta desconfianza se extiende incluso al resto de ciudadanos que no forman parte de la tribu digital propia. 

La fragmentación y la crisis de confianza se profundizará en 2019 y con ello lo hará también la reflexión sobre cómo afrontarlo, especialmente por parte de aquellos sectores que apuestan por sociedades abiertas. La politización y las figuras carismáticas, combinadas con mensajes positivos y nuevas representaciones –generacionales, de género, de clase e identidad- pueden ser la mejor baza para plantar cara a procesos de repliegue. Lo vimos en las mid-term elections de noviembre de 2018 en Estados Unidos. Las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 podrían ser un segundo laboratorio para la formulación de alternativas en positivo y, quizás, un punto de inflexión a nivel de participación electoral si se plantearan en estos términos.

6.      Normalización del conflicto
(y de las violencias)

La mayoría de conflictos que estallaron en las últimas décadas siguen sin atisbo de solución. Hay excepciones como el acuerdo al que llegaron en 2018 Etiopía y Eritrea, el deshielo entre las dos Coreas o los avances relativos en las conversaciones entre Serbia y Kosovo. Sin embargo, la tendencia apunta hacia la cronificación de conflictos o incluso a aumentos de tensión en algunos escenarios que habían reducido su intensidad como el que enfrenta a Ucrania y Rusia. No sólo se han normalizado los conflictos sino también sus efectos: Estados que sólo lo son en apariencia, fronteras que pierden su significado y, sobre todo, necesidades humanitarias infra-financiadas y desplazamientos forzados de población que lejos de remitir siguen aumentando. 

Lo que sí remite es la atención que internacionalmente se presta a estos focos de inestabilidad. Cunde la fatiga, desaparece el sentimiento de urgencia y se agota la esperanza de hallar arreglos satisfactorios para las partes implicadas. Eso no quiere decir que en 2019 no vaya a haber propuestas sobre la mesa. Un buen ejemplo puede ser el ya famoso “acuerdo del siglo” que Estados Unidos quiere propiciar para poner fin a más de setenta años de conflicto árabe-israelí. Atención a las ramificaciones electorales ya que Netanyahu puede verse abocado a convocar elecciones anticipadas. Pero tanto este plan, como otros que puedan proponerse respecto a Siria, Libia o Yemen, serán recibidos con escepticismo y, sobre todo, no se percibirán como mecanismos para acabar con la violencia sobre el terreno. 

El objetivo de la acción internacional no será el de alcanzar una situación de paz y mucho menos construir estados democráticos y liberales. En un escenario de expectativas rebajadas se considerará un éxito la contención de los focos de inestabilidad, frenar el fenómeno de los territorios que escapan al control de sus estados respectivos, aumentar la resiliencia de las sociedades a la hora de absorber crisis sobrevenidas, evitar que los conflictos se extiendan hacia territorios vecinos y, sobre todo, impedir que sus efectos alcancen a los países desarrollados. Así lo veremos en la formulación y desarrollo de las misiones de Naciones Unidas, la Unión Europea y otras organizaciones internacionales en los países del África occidental y del Sahel. En la medida que el objetivo sea que la situación no degenere, se normalizará un cierto nivel de violencia. 

Sólo cuando las víctimas consigan hacerse visibles y cercanas, para lo que necesitarán colaboración internacional, se recuperará la atención de la opinión pública y de los dirigentes globales. Es una carrera de fondo, como están demostrando las campañas de sensibilización respecto a los Rohinyas, la guerra en Yemen o la violencia contra las mujeres en todo tipo de contextos. Una de las novedades de 2019 es que, en las discusiones globales sobre violencias, América Latina y muy en concreto América Central ocuparán un lugar más destacado que en el pasado. Las caravanas de migrantes que salieron de Honduras, Guatemala y El Salvador en otoño de 2018 ha supuesto un recordatorio de los altísimos niveles de violencia que sufren muchas sociedades latinoamericanas.

 7.      Voluntad de frontera: muros físicos y simbólicos

En 2019 se celebrará el 30 aniversario de la caída de un muro: el de Berlín. Sin embargo, será un año en que continuarán erigiéndose muchos más, tanto físicos como simbólicos. Las dinámicas de repliegue y voluntad de contención de los focos de inestabilidad tienen un claro reflejo en dos procesos paralelos que continuarán reforzándose en 2019: la militarización y fortificación de fronteras existentes y la externalización del control fronterizo. Las políticas de Estados Unidos y de la Unión Europea contribuirán a construir estándares internacionales  -como lo hacen también Australia o muchos países asiáticos, norteafricanos y de Oriente Medio, que están poniendo un gran empeño en sellar fronteras-.  

Para los migrantes, el aumento del riesgo y de la violencia en ruta provocará un mayor sentimiento de urgencia para alcanzar la meta final. Este es uno de los puntos donde España adquirirá mayor relevancia internacional en 2019. También habrá que estar muy atentos a los efectos que la militarización fronteriza tenga en espacios donde los límites territoriales existían sólo sobre el papel porque las comunidades locales las habían ignorado y habían mantenido fuertes lazos sociales y económicos. El Sahel es uno de los espacios donde esta dinámica adquiere más intensidad. 

La otra cara de la moneda serán las dinámicas de transterritorialidad que tienen un viejo protagonista, las diásporas, y uno de más reciente, las redes sociales y las plataformas digitales. Aunque se erijan fronteras físicas, la circulación de ideas y de información irá en aumento, generando nuevas dinámicas (inter)culturales y, en ocasiones, de movilización política y social. Los núcleos urbanos pueden ser laboratorios de desfronterización e hibridación. Las ciudades serán el escenario donde se dirima el enfrentamiento entre la hospitalidad y hostilidad. 

El aumento de las desigualdades internas como fenómeno global también está alzando fronteras sociales, menos visibles pero no por ello menos significativas. Aumenta la distancia entre aquellos espacios que generan riqueza, atraen talento e inversión, y aquellos que se quedan al margen de las dinámicas de crecimiento y que incluso se despueblan. Aumenta así una fragmentación de comunidades políticas con fuertes impactos electorales como se ha visto en Estados Unidos y en muchos países europeos. Muros invisibles también son los que segregan barrios de una misma ciudad en niveles de educación, salud, infraestructuras o equipamientos. Se demostrará que las fronteras no han de ser ni físicas ni políticas para adquirir significado. 

8.      Brexit enquistado 

El 29 de marzo de 2019 está marcado en los calendarios internacionales como la fecha límite para que el Reino Unido abandone la Unión Europea. Así se expresaron los ciudadanos británicos en referéndum en 2016 y así lo pidió su gobierno al activar el famoso artículo 50. El genio salió de la lámpara cuando el entonces Primer Ministro, David Cameron, erró en sus cálculos para preservar el control sobre el Partido Conservador. A finales de 2018, volvieron a ser elementos de política interior, y particularmente la fratricida confrontación entre tories, lo que desató todo tipo de especulaciones. ¿Podía pararse el reloj? ¿Sería posible dar marcha atrás? ¿Están ambas partes realmente preparadas para un escenario de no-acuerdo? ¿Puede renegociarse lo que ya estaba acordado? 

A medida que nos hemos ido acercado al momento decisivo no se han despejado las incógnitas sino que han ido aumentando las dudas sobre cuándo y cómo terminará esta saga. Sin embargo, todos los escenarios posibles para 2019 convergen en dos certezas. La primera es que todo lo relativo al Brexit seguirá marcando la agenda europea no solo ese año sino más allá, consumiendo esfuerzos y desviando la atención de otras prioridades igualmente urgentes. El Reino Unido seguirá anclado de una u otra forma a la Unión Europea e incluso en un escenario de no-acuerdo o de ‘Brexit salvaje’ sería muy difícil dar marcha atrás a 40 años de convergencia regulatoria y relaciones comerciales, humanas y políticas entre el Reino Unido y el continente. La segunda certeza es que la sociedad británica seguirá dividida. El Brexit es un reflejo de una serie de fracturas (generacional, territorial, socio-educativa e identitaria) que aunque se han manifestado con especial intensidad en el Reino Unido están presentes también en otras sociedades europeas. 

2019 debería ser un año de introspección. Momento de evaluar los riesgos y consecuencias de las decisiones tomadas desde 2016. Es muy difícil, por no decir imposible, que ninguno de los protagonistas de este episodio emerja como un ganador. Más bien se tratará de hacer recuento de las pérdidas. Los giros dramáticos que puedan darse en tiempo de descuento pueden aumentar todavía más la percepción de riesgo. Evidentemente, el Reino Unido será el país más afectado por esta incertidumbre pero sus efectos pueden extenderse allí donde los vínculos económicos y humanos con el Reino Unido son más intensos: Alemania, los Países Bajos, España y, cómo no, en Irlanda. En el caso de este último país, está en juego que el desenlace final no altere los equilibrios que permitieron enterrar un conflicto, el de Irlanda del Norte, que se prolongó durante décadas y se saldó con más de 3000 muertos.

9.      Brasil: fractura con reverberaciones globales

En nuestro informe para 2018 advertíamos que las elecciones en Latinoamérica se desarrollarían en un contexto de polarización. Efectivamente, la pugna no fue por el centro sino una contraposición de modelos muy distintos, y las clases medias – temerosas de perder este estatus o hastiadas por la corrupción de gobiernos anteriores – decantaron la balanza. Las elecciones que encumbraron a Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil son el ejemplo más notable de esta dinámica, tanto por la intensidad de la fragmentación política y social como por el peso específico de este país en las Américas. Políticamente, el año 2019 empezará con la toma de posesión del nuevo presidente brasileño, programada para el 1 de enero. 

Brasil es un espejo donde se reflejan, a veces de forma especialmente intensa, muchas de las dinámicas que marcarán el año 2019. Habrá que estar muy atentos a la evolución de la economía brasileña ya que será uno de los escenarios que condicionará la percepción global sobre la fragilidad o capacidad de resistencia de los emergentes o incluso donde se marcará la distancia entre distintos tipos de economías emergentes: China e India, por un lado y el resto, por el otro. Asistiremos a la fractura política y social entre los que ahora se sienten vencedores y los que han sido arrinconados que, en buena medida, son también las principales víctimas del deterioro económico. El populismo y la agresividad de la que Bolsonaro hizo gala en campaña electoral se trasladará a la acción de gobierno con fuerte componente militarista. Durante los primeros meses muchos se preguntarán si el ejercicio del poder suavizará sus posiciones. El precedente de Donald Trump no es especialmente alentador. Siguiendo con el paralelismo con los Estados Unidos veremos hasta qué punto la sociedad brasileña se moviliza contra algunas de las políticas o gestos de Bolsonaro y si emergen fenómenos de resistencia democrática con nuevas formas de movilización y mecanismos de solidaridad. 

El viraje político de Brasil adquirirá relevancia global como reverberación de la visión trumpista del mundo y si abre una nueva vía de ataque al multilateralismo. No obstante, será en Latinoamérica donde este viraje político brasileño tenga mayor impacto. En 2019 la fractura regional se ahondará y Venezuela seguirá siendo uno de los epicentros. Cuba, en cambio, intentará hacer equilibrios y proseguir su política de diversificación de socios. Pero la novedad será que la alineación de Brasilia con Washington abrirá una revisión de la tradicional pugna por el liderazgo regional con México. La victoria de López Obrador en las elecciones mexicanas ha situado las dos principales potencias latinoamericanas en polos opuestos. ¿Cuál de los dos será capaz de navegar mejor y sortear las tormentas que ambos tienen por delante?

10.   Irán: alcance y consecuencias de las sanciones

En 2018 dijimos que el Golfo había adquirido mayor centralidad tanto en Oriente Medio. La tendencia se mantendrá en 2019. Veremos cuán cohesionado es el bloque anti-Irán capitaneado por Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí y, sobre todo, cuál es que alance y consecuencias de las sanciones impuestas desde Washington. El impacto más inmediato es el que se producirá sobre la sociedad y la economía iraní. Los principales perjudicados serán sectores reformistas del régimen que habían prometido apertura internacional y dinamismo económico. En cambio, las facciones más duras del régimen pero también los sectores asentados en una economía de autosuficiencia se sentirán más legitimados y alimentarán la retórica de que Irán debe situarse en modo resistencia. En 2019 se celebrará el cuarenta aniversario de la revolución islámica y es probable que se aproveche este acontecimiento para cohesionar el régimen ante los enemigos externos. 

En 2019, también veremos si el periodo de gracia dado a ocho países para que corrijan su dependencia del petróleo iraní llega a su fin o se extiende con una nueva prórroga. La decisión vendrá condicionada por los precios del petróleo, las relaciones con Rusia y Arabia Saudí, y la capacidad para superar los cuellos de botella en materia de exportación de crudo. China y Turquía aparecerán como pulmones económicos para la economía iraní y, sobre todo, será un año en que se comprobará qué gobiernos y empresas internacionales deciden acomodarse a las exigencias estadounidenses – probablemente la mayoría – y cuáles buscan formas de esquivarlas o las desafían abiertamente. Esto consolidará la tendencia de algunos países a usar sus propias monedas en vez del dólar. En todo lo relativo a las sanciones contra Irán, el debate oscilará entre los principios – sobre todo en relación a la necesidad de mantener los acuerdos alcanzados y preservar los marcos multilaterales – y la habilidad para de defender intereses nacionales o empresariales. 

Empezábamos el listado de temas que marcarán la agenda internacional hablando de una partida de la que dependían cuestiones básicas y, entre estas, cómo no, las propias normas del juego. Aunque China y Estados Unidos sean los jugadores con cartas más potentes, no hay que pasar por alto otras rivalidades. Jugadores con menos bazas pueden cambiar la dinámica del juego si desvían la atención de los principales contrincantes. La tensión entre Irán y Estados Unidos será, por lo tanto, el otro foco de atención de esta larga partida. Las amenazas y provocaciones que se profieran serán uno de los grandes factores determinantes de la agenda global. Las apuestas pueden subir y la trascendencia de esta partida se ampliará si el pulso no es sólo entre Washington y Teherán sino más bien entre la Casa Blanca y el resto de jugadores. Rusia, la Unión Europea, China y el resto de grandes economías asiáticas han hecho apuestas importantes y no se contentarán con ser meros espectadores en este duelo.

Texto realizado por Cidob. Autor: Eduard Soler i Lecha, investigador sénior y coordinador científico del proyecto MENARA, CIDOB (coord.)

* Finalizado el 18 de diciembre de 2018. Esta Nota Internacional es el resultado de una reflexión colectiva por parte del equipo de investigación de CIDOB en colaboración con ESADEgeo. Coordinada y editada por Eduard Soler i Lecha, se ha beneficiado de las contribuciones de Hannah Abdullah, Dídac Amat, Anna Ayuso, Jordi Bacaria, Moussa Bourekba, Victor Campdelacreu, Ignasi Camí, Carmen Claudín, Carme Colomina, Anna Estrada, Francesc Fàbregues, Oriol Farrés, Agustí Fernández de Losada, Blanca Garcés, Eva Garcia, Francis Ghilès, Sean Golden, Josep Maria Lloveras, Óscar Mateos, Sergio Maydeu, Pol Morillas, Yolanda Onghena, Francesco Pasetti, Enrique Rueda, Olatz Ribera, Jordi Quero, Cristina Sala, Elena Sánchez, Héctor Sánchez, Ángel Saz, Antoni Segura, Cristina Serrano, Marie Vandendriessche, Lorenzo Vidal y Eckart Woertz.

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This entry was posted on 1 enero, 2019 by in Sin categoría.

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Aborda nuevos temas, tales como la caballería francesa y bretona, el lugar de las mujeres en ese universo masculino y el mito del caballero en las artes, la literatura y el cine en los siglos XIX y XX.

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