La escasez de celuloide, las huelgas en los laboratorios cinematográficos y la represión policial en Mayo del 68 no consiguieron frenar a muchos cineastas, profesionales y «amateurs», que seducidos por las protestas se propusieron grabarlo todo para producir filmes militantes e intentar revolucionar el cine.
El Taller de Investigación Cinematográfica (ARC, por sus siglas en francés –Atelier de Recherche Cinématographique-), fue el colectivo que más imágenes grabó durante aquellas movilizaciones. El director de cine, y mienbro de ARC, Jean-Denis Bonan, recuerda que «era difícil, pero nos movía el entusiasmo y estábamos muy movilizados».
Aunque ha pasado medio siglo, el director de Le joli mois de mai (El bonito mes de mayo) recuerda perfectamente cuando, el 24 de mayo de 1968, varios antidisturbios le aporrearon en París para intentar quitarle la bobina que tenía en la mano y que no soltó «hasta que llegó la ambulancia».
Su colectivo ARC ya realizaba cine militante en 1967, pero fue en 1968 cuando el sector cinematográfico se movilizó con la creación de los Estados Generales, una asamblea formada por profesionales del séptimo arte como Jean-Luc Godard o François Truffaut, cuyo primer logro fue conseguir la anulación del emblemático festival de Cannes.
Los Estados Generales nacieron de un grupo que se había formado ya en febrero para protestar contra la decisión del ministro de la Cultura de expulsar al dirección de la Cinemateca, Henri Langlois.
La prestigiosa Escuela Nacional superior Louis-Lumière fue el cuartel general de los cineastas militantes durante las protestas de 1968. Uno de sus profesores y experto en cine de Mayo del 68, David Faroult, dice que los cineastas comprometidos «querían reestructurar la industria cinematográfica francesa y su enseñanza». Su objetivo era «filmar lo máximo posible» para hacer una especie de «gran película de síntesis» del movimiento, que nunca llegó a ver la luz por falta de consenso.
A pesar de la diversidad de opiniones, muchos coincidían en que el cine debía ponerse «al servicio de los obreros y de los estudiantes» para «hacer contrainformación». Algunos, como Chris Marker o Godard, incluso dieron cámaras a los obreros y les enseñaron a filmar, lo que originó los grupos «Medvedkine«, en los que profesionales y trabajadores de las fábricas de Besançon y Sochaux (noreste) colaboraron para crear películas como «Classe de lutte«.
«Nunca había habido tantos voluntarios para filmar un movimiento», relata Faroult, que explica que estos cineastas militantes actuaban un poco como «reporteros de urgencia» que acudían a todo tipo de manifestaciones, asambleas y protestas.
Unas afirmaciones que confirma el realizador Bonan, «grabábamos todo, luego decidíamos qué escenas eran las mejores e intentábamos terminar las películas rápidamente» para difundirlas sorteando la censura y «crear debate».
Un proceso en el que tuvo mucha importancia la ayuda de los directores ya célebres en el 68, que ayudaban a jóvenes con menos recursos económicos como Bonan, que subraya que «por aquel entonces grabar no era tan fácil como apretar un botón».
Más allá del cine, «la liberación de la palabra a todos los niveles sociales» fue para este cineasta de izquierdas lo mejor de Mayo del 68, un movimiento que «más que político fue poético». «Lo que hay que recordar es ese ambiente, pero por desgracia es algo muy difícil de filmar», reconoce Bonan, que sigue dirigiendo filmes en Francia a sus casi 80 años.
Hoy, hace 50 años, la entrada de la policía en La Sorbona para desalojar a unos 300 estudiantes, reunidos para protestar contra el cierre de otra universidad, la de Nanterre (afueras de París), fue la chispa que prendió el movimiento que sacudió a la sociedad francesa y recorrió otros continentes.